Capitulo 1
El encierro
Alguna vez el tupa me
dijo “el mundo solo funciona a chingadazos” y lo recordaba de manera irónica
mientras los custodios, justo intentaban hacer que mi voz “funcionara” a
chingadazos.
A la gente no le importa
la historia que tenías antes de estar en una celda. Les importa escuchar una y
otra vez las historias que solo en la cárcel podrían suceder.
Cuando tomas una
decisión tan importante como la de arruinar tu vida, tienes que hacerlo con la
certeza de que no hay marcha atrás, y que aunque parezca que puedes detenerte,
tu perdición va a ser cada vez más inevitable.
Yo sabía que dentro de
aquel bote que mi compañero de celda me vendió había tolueno, alcohol metílico,
cetonas, hexano, xileno y esteres en cantidades necesarias para hacer arder
todo lo que el tan preciado líquido llegara a humedecer, pero realmente en ese
momento lo único que deseaba quemar eran los recuerdos de todo lo que había en
mi vida antes de la cárcel, por lo que me limite a humedecer las mangas de la
ropa que llevaba puesta y dirigir de inmediato el penetrante aroma del solvente
industrial a mi nariz y boca.
No se sentían los
chingadazos que 3 pares de botas militares pudieran darme, ni los cachazos que
llegaban a mi cara cuando algún custodio sentía cansar su empeine. No me dolía
saberme en prisión, porque el caos fue lo que siempre quise en mi vida.
Lo que realmente dolía,
era saber que estaba ahí, ya sin la posibilidad de alguna vez regresarle al
menos un chingadazo a la vida, y poder quedar con la tranquilidad y
satisfacción que da no haber dejado “limpio” a tu oponente en las peleas
callejeras.
Los chingadazos de la
vida son los que en verdad duelen, porque de esos no te salva nadie. Por qué a
la vida no le importa que tan reducido estés, ni cuantas veces supliques en el
suelo un momento de piedad; a la vida no le importa que ya no puedas. Siempre
va a seguir soltando chingadazos.
En el “agujero” no había
luz, y a pesar de que no había agua en el retrete, de alguna manera el piso
lograba estar empapado en los tramos en
los que el moho no lograba absorber el líquido.
En algún universo la soledad y el claustro resultaban
una tortura.
En el agujero pase por
todas y cada una de las estaciones que conducen a la locura, porque jamás había
sido tan feliz, porque por fin había logrado conciliar un sueño profundo y
absoluto, y por qué no importa que tan fétido fuera el olor de aquel lugar,
para mí nunca dejaría de ser un paraíso dentro de la marginación.
Sabía que cuando el
“castigo” terminara se abriría la gruesa puerta de metal que separaba al agujero
del resto del reclusorio y a partir de ese momento regresarían los recuerdos de
lo que me trajo a este lugar, sabía que el insomnio me mataría antes que los
demás reos, y a pesar de que no temía en lo absoluto a la muerte, por mera
satisfacción hubiese deseado permanecer por siempre en la catacumba que
representaba la celda de castigo.
Ya no se trataba de
devolver los chingadazos a la vida, ni siquiera de esquivar los que me daba. Se
trataba de permanecer contra las cuerdas, inconsciente de mí y del resto del
mundo, sabiéndome derrotado y a la vez aliviado por saber que nada peor podría
venir; pero como el intento de un golpe definitivo, se abrió la puerta y entre
escalofrío y temor, entendí que en efecto, nada iba a volver a ser igual.
Descarga este capitulo en PDF Gratis y ayudanos a continuar con este proyecto:
Opcion 1: http://viid.me/qQpqFW
Opcion 2: http://shink.in/LiUt1
Capitulo escrito por: Adrián Paredes Villanueva.
0 comentarios:
Publicar un comentario